BLOQUE 5. La
crisis del Antiguo Régimen (1788-1833) Liberalismo frente a Absolutismo
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"A la sombra de la revolución"
"Vivan las caenas"
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APUNTES DEL BLOQUE
I.
Los
prolegómenos de la guerra (1788-1808).
II.
La
Guerra de la Independencia (1808-13).
III.
Las
Cortes de Cádiz.
IV.
La
Constitución de 1812.
V.
La restauración
de Fernando VII (1814-20).
VI.
El Trienio Liberal
(1820-23).
VII.
La Década
Absolutista (1823-33).
VIII.
La pérdida del
imperio colonial
I.
LOS PROLEGÓMENOS DE LA GUERRA
El reinado de
Carlos IV (1778-1808) se caracteriza por dos aspectos: el primero es la crisis
económica y social de finales de siglo, que debilita al país en relación a
otras potencias europeas que están arrancando con sus cambios económicos; y el
segundo, la Revolución Francesa (1789), que mediatizará toda la política de
este período, al ser vista como una amenaza, para el absolutismo de la
Monarquía española, lo que arrastró al país a una guerra con Francia, antiguo
aliado (guerra de la Convención, 1793-95). Posteriormente, la subida al poder
de Manuel Godoy, cuya ambición personal le hizo caer en las redes de Napoleón,
cambió la orientación de la política exterior española, haciéndose pro francesa
y firmando una serie de tratados, los tratados de San Ildefonso, que vinculaban a España a los intereses
franceses, y que acabaron en una serie de episodios como el ataque a Portugal (1800,
Guerra de las Naranjas) En general no fueron en nada favorables, como la
derrota naval de Trafalgar (1805) frente a Inglaterra, lo que eliminó la
categoría de España como potencia naval de primer orden.
Con la firma del Tratado de
Fontenaibleau (1807) Godoy se comprometía a enviar tropas para la
campaña contra Portugal al tiempo que un cuerpo de ejército francés entraría en
España para marchar sobre Lisboa; pero en realidad las tropas francesas
comenzaron a ocupar toda la península, estableciendo guarniciones en las
ciudades más importantes y controlando las vías de comunicación. Estas
noticias, las tropelías de la soldadesca revolucionaria, la falta de autoridad
del monarca, el creciente desprestigio de Godoy, las intrigas palaciegas...
ayudan a explicar el motín de Aranjuez (Marzo de 1.808).
Obligado por las circunstancias Carlos IV destituye a Godoy y, días más tarde,
abdica la Corona en favor de su hijo Fernando.
Napoleón aprovechó hábilmente estos
incidentes y llamó a Bayona a Carlos IV y Fernando VII. Allí Fernando
VII devolvió la corona a su padre y su padre abdicó en Napoleón. Estas son las “abdicaciones
de Bayona”. Oficialmente, el trono
estaba en manos de Napoleón, quién lo cedió a su hermano mayor, que adoptó el
nombre de JOSÉ I.
II.
LA GUERRA DE LA
INDEPENDENCIA
Estando así las cosas, y mientras las
autoridades recomendaban al pueblo prudencia y obediencia a Napoleón, en
Madrid, el día 2 de mayo se iniciaba, de manera espontánea, la rebelión del
pueblo español en contra de la ocupación francesa y en nombre de Fernando.
No hay declaración de guerra, no hay
tropas organizadas; la resistencia del pueblo español es total, improvisada y
en inferioridad de medios. Con el país divido y ocupado, y un ejército debilitado,
se forman espontáneas “Juntas” de notables en las ciudades, que organizan los
medios de resistencia, luego se agrupan en Juntas Provinciales, y actúan en
nombre de Fernando VII.
Fases
de la guerra:
1.- La primera se desarrolla en 1808-1809 y se caracteriza por el
fracaso inicial de la ocupación francesa. El hecho de armas más destacado fue
la Batalla de Bailén, donde las fuerzas napoleónicas del general Du Pont
sufrieron una estrepitosa derrota ante las tropas españolas que envió la
Junta de Sevilla, dirigidas por el general Castaños. Como consecuencia, los franceses se retiran a
la línea marcada por el río Ebro, y cunde entre los españoles un optimismo
bastante iluso. Precisamente esta derrota, la primera sufrida por
los franceses en campo abierto, decidió a los ingleses a enviar un ejército
expedicionario a Lisboa al mando del general Wellington.
2.-La segunda abarca entre 1809-1812 y es de claro predominio
francés. Napoleón decide trasladarse personalmente a España para ponerse al
frente de sus tropas y dar la batalla definitiva a los rebeldes: de hecho, la
guerra en España será uno de los más graves problemas militares a los que tuvo
que hacer frente. Los franceses recuperaron la mayor parte del terreno, tomando
Madrid y derrotando a las tropas españolas repetida y sucesivamente, y sólo
algunas ciudades, entre ellas Cádiz, se mantuvieron libres de la ocupación. Esta es también la
fase de predominio de la actividad guerrillera, en un territorio
mayoritariamente ocupado por los napoleónicos. Su participación fue decisiva
para debilitar al ejército de ocupación y, junto con los llamados sitios
(Zaragoza, Gerona…) implicaron la participación de toda la sociedad en la
guerra, que por cierto alcanzó muy altos niveles de crueldad por ambas partes.
Fue una guerra total.
3.-La tercera fase ocupa los
años de 1812-1813. La reducción del
número y la calidad de las tropas acantonadas en España como consecuencia de la
campaña de Rusia impulsaron la ofensiva de las tropas españolas, portuguesas e
inglesas, comandadas por Lord Wellington. Las victorias de Arapiles, Vitoria
y San Marcial señalan el ocaso y la retirada del ejército francés. Por el Tratado
de Valençay Napoleón reconocía
de nuevo la soberanía de Fernando VII.
Las consecuencias de la guerra fueron
profundas y muy negativas. El país quedó arrasado tras cinco años de guerra,
con más de medio millón de muertos (sobre una población de unos 11 millones),
entre las que se incluyen las víctimas de las epidemias (tifus, cólera,
fiebres) y el hambre. Miles de mutilados, ciudades arrasadas (Zaragoza, Gerona,
San Sebastián), grave deterioro de las industrias (a la que contribuyeron los
aliados británicos), de las cosechas, abandono de cultivos, destrucción de
edificios públicos e infraestructuras... En el plano del patrimonio de asistió
a la destrucción de numerosos monumentos y el expolio de numerosas obras
artísticas, que los oficiales franceses directamente robaban.
Para la Hacienda supuso prácticamente
la ruina, lo que condicionará el reinado de Fernando VII, en quiebra casi
permanente. Por último hay que destacar la cruel represión hacia los llamados
“afrancesados”.
III.
LAS CORTES DE CÁDIZ
Además
de una guerra, en España se estaba haciendo una revolución. Por eso, en 1810 se
reunieron las Cortes en la isla de León (Cádiz), ya que esta ciudad era uno de
los pocos territorios españoles que permanecían libres de la dominación
francesa. La dificultad la convocatoria y de la elección de diputados de las
provincias ocupadas, llevó a elegir suplentes entre los residentes en Cádiz,
tanto para los diputados de la península como para los americanos. Finalmente
unos 300 diputados se reúnen en la ciudad sitiada.
Entre los
diputados había representantes de las tres tendencias políticas absolutistas (partidarios de
la vuelta al absolutismo con Fernando VII, jovellanistas (que buscaban reformas moderadas) y liberales (cuya intención
era la completa abolición del Antiguo Régimen).
En general, eran miembros del clero y burgueses intelectuales (90 clérigos, 56 abogados, funcionarios, militares, escritores…).
Su objetivo fue la redacción de una Constitución que garantizase las libertades
de los ciudadanos, controlara el poder real, acabara con las instituciones del
Antiguo Régimen y abriera para España un futuro de libertad y progreso.
El primer triunfo de los liberales fue
conseguir que se formase una sola cámara, que el voto se estableciese por
individuo, no por estamento.
1. Se
proclamó a Fernando VII como rey legítimo.
Después, su labor previa a la redacción de la Constitución tendió a acabar con el
Antiguo Régimen, mediante decretos:
2. Abolición de la Inquisición. Atentaba contra la
libertad individual, carecía de garantías procesales y daba un enorme poder a
la Iglesia.
3. Supresión de los señoríos jurisdiccionales, que
implicó en la práctica que los señoríos se convirtieran en propiedades directas
de los antiguos señores, quienes sustituyeron los antiguos derechos por rentas
monetarias.
4. Libertad de empresa: fin de los gremios. Se decreta la
libertad de producción, de contratación y de comercio.
5. Libertad de contratación en el campo. Aparecen los
peones o jornaleros del campo.
6. Se eliminan los privilegios de la Mesta, dado que con
sus derechos de paso del ganado y otras ventajas, limitaban la libre
explotación de las tierras. Además, iba contra el mercado libre.
7. Eliminación del mayorazgo, al declararse la propiedad
libre (todo puede ser vendido y comprado) y sólo atribuible a particulares.
8. Se decreta la desamortización (expropiación de tierras para aumentarla productividad) de las órdenes religiosas militares, y de los jesuitas. No
llegó a aplicarse.
9. Incautación de bienes de traidores, Inquisición,
Ordenes Militares y conventos
IV.
LA
CONSTITUCIÓN DE 1812.
Además estas cortes promulgaron en 1812
la primera constitución española, ya que la de Bayona no podía considerarse
propiamente como tal. Esta constitución fue el resultado del compromiso entre
liberales y absolutistas, más favorable a los liberales porque se les define
una organización liberal del Estado, aunque se concede el total reconocimiento
de los derechos de la religión católica. De su contenido se puede destacar:
a)
Establece una
soberanía nacional: la autoridad reside en las cortes que representan la
nación.
b) Establece una monarquía hereditaria limitada con la
división de poderes.
c)
El poder
legislativo es detentado por “las Cortes con el Rey”. Este puede promulgar,
sancionar y vetar las leyes, esto último con un máximo de dos veces cada tres
años. Las cortes tenían amplios poderes: elaboraban leyes, decidían sobre la
sucesión de la corona, aprobaban tratados internacionales, etc. Son
unicamerales (no hay senado).
d) El poder ejecutivo reside en el rey. Este nombra
libremente a sus secretarios, que no pueden ser cesados por las Cortes, con lo
que no existe el control parlamentario
del gobierno. El rey no puede disolver o suspender las Cortes, abdicar o
abandonar el país sin permiso de ellas, o llevar una política exterior,
contraer matrimonio o imponer tributos sin la supervisión de las Cortes.
e)
El poder judicial
reside en los tribunales de justicia, con un fuero único para todos excepto
para los eclesiásticos y militares, que mantienen jurisdicciones especiales.
f)
Se establecieron
derechos fundamentales del individuo: igualdad ante la ley, libertad de
imprenta (menos para los textos religiosos), asociación, etc. y garantías
penales y procesales
g)
Se decreta el
sufragio universal masculino e indirecto para mayores de 25 años (se eligen a
unos compromisarios que eligen a los diputados; los diputados deberán ser
españoles y tributar una determinada renta (elegibilidad censitaria)
h) Los regidores (alcaldes) son elegidos por sufragio. Se
establecen Diputaciones y los Jefes Políticos (antecesor del gobernador civil)
que ocupan el espacio entre la provincia y la administración del Estado.
i)
Imposición del
catolicismo como religión oficial y única.
j)
Se establece un
ejército permanente, cuya organización será regulada por las Cortes, desde el
momento que depende de los recursos públicos. Se establece también una Milicia
Nacional.
k)
Esta constitución
tendría vigencia hasta su anulación por Fernando VII en marzo de 1814, durante
el Trienio Liberal (1820-23), y al principio de la etapa de Regencias (agosto
de 1836 a
junio de 1837), hasta que fue sustituida por la de 1837. Tuvo repercusión
internacional pues sirvió de modelo a otras constituciones europeas de la
época, como la portuguesa, la napolitana o la griega.
V. LA
RESTAURACIÓN DE FERNANDO VII (1814-1820).
La etapa de
Fernando VII es decisiva en la historia española. Su ocupación efectiva del
trono, por la que habían luchado y muerto miles de españoles resultó, sin
embargo, decepcionante, y una mayoría de historiadores coinciden en que fue una
etapa claramente regresiva, quizá una de las peores de la historia de España. Y
mientras España se estancaba en lo político, económico y social, el resto de
Europa iniciaba un decidido proceso de evolución en lo económico, gracias a la
extensión de la industria moderna, y otro más lento pero firme de
transformaciones políticas y sociales. España se alejaba de Europa, aislándose
aún más y pasando a ser definitivamente una potencia de segundo orden.
A
la primera etapa del reinado de Fernando, inmediata a su restauración como
titular de la corona, se la conoce como el Sexenio
Absolutista (1814-1820).
Terminada la guerra, las Cortes se trasladaron
a Madrid. El problema consistía en saber
si el rey aceptaría o no la
Constitución de 1.812, ya que la opinión española se
encontraba entonces dividida en dos bandos irreductibles: los absolutistas y los liberales. Fernando VII, en 1814, abolió todo lo que habían hecho
las Cortes de Cádiz y restauró el absolutismo (con todos sus elementos
característicos). El golpe de estado se completó con la represión: exilio
en masa de los liberales y detención de algunos ministros y diputados. Los
liberales no exiliados pasaron a la clandestinidad, siendo eliminados de toda
participación en el sistema político.
Las razones de su decisión hay que buscarlas,
en primer lugar, en su propia voluntad, pero también en el hecho de que en la Europa de la época, una vez
vencido Napoleón, triunfara el sistema de la Restauración y la ideología de la Santa
Alianza. Le indujo también a tomar esta decisión un
manifiesto firmado por sesenta y cinco diputados realistas, el llamado «Manifiesto de los Persas»; finalmente,
no podemos olvidar la actitud del pueblo, en su mayoría absolutista y que lo
aclamaba como rey deseado.
Pero la vuelta
al absolutismo, con su política de privilegios y arbitrariedades, también tenía
importantes enemigos. La burguesía comercial, bastante poderosa
en las ciudades del litoral, se oponía a un gobierno ineficaz y proclive a los
intereses de los estamentos privilegiados.
Las clases medias urbanas, que
habían conocido el liberalismo, no podían conformarse con un régimen despótico
que las condenaba al silencio y al inmovilismo. El liberalismo, además, había
penetrado en una institución básica de poder: el ejército. Condenados al
exilio o a la clandestinidad, los liberales tuvieron que depositar todas sus
esperanzas en un sector del ejército y hubieron de limitarse a la estrategia conspiradora. Estas intentonas de golpe de estado
recibieron el nombre de pronunciamientos,
porque habitualmente las precedía un discurso o arenga en que se explicaba
el objetivo político del movimiento. El
primero de estos pronunciamientos fue en Pamplona, el mes de septiembre de
1814, y lo protagonizó el general Francisco Javier Mina, héroe de la Guerra de la Independencia. Otros oficiales (Lacy,
Porlier, Milans del Bosch...) lo imitaron en los años posteriores. Los pronunciamientos pusieron de manifiesto
el malestar del ejército, pero también las dificultades de la oposición liberal
para organizar un movimiento popular de gran alcance, a causa sobre todo de la
dura represión política.
Además de por
la represión, esta etapa destacó por la inestabilidad e ineficacia de los
sucesivos gobiernos, incapaces de llevar una gestión mínimamente eficaz, ya que
el verdadero gobierno lo constituía la llamada “camarilla” del rey. Esto se ve
reflejado por ejemplo en los estériles intentos de paliar la quiebra financiera
del estado, que venía de muy atrás y se había agravado con la guerra. El
verdadero problema era que la mayor parte de las tierras de cultivo no
contribuía con impuestos ante la negativa insistente de los grupos privilegiados,
y los destrozos ocasionados por la propia guerra también contribuyeron
VI.
EL TRIENIO LIBERAL. (1820-1823)
El
1 de enero de 1820 el teniente coronel Rafael
del Riego se sublevó al frente de las tropas acantonadas en Cabezas de San
Juan (Sevilla). La importante respuesta
popular que obtuvo el alzamiento obligó a Fernando VII a restablecer la Constitución de
1812. Se iniciaba así un período de
gobierno liberal que duró tres años.
Los gobiernos
liberales introdujeron nuevas medidas y adoptaron algunas de las aprobadas en
Cádiz (libertad de industria, supresión de la Inquisición y
abolición de la tortura). Se decretó también la abolición del régimen señorial y la supresión
de los mayorazgos. Asimismo, decretaron la venta de
las tierras de los monasterios.
Fernando VII no aceptó un régimen que
consideraba impuesto y provocó conflictos institucionales, al negarse a firmar
leyes aprobadas por las Cortes. Además,
el monarca animó a los sectores que conspiraban contra el nuevo régimen y envió
emisarios secretos a las principales cortes absolutistas de Europa. El
campesinado del norte de España y de los territorios de la antigua Corona de
Aragón organizó partidas realistas, que
exigían la vuelta al absolutismo. El comportamiento político de los campesinos
ha de relacionarse también con la influencia de la Iglesia, que se sentía
amenazada por los liberales.
El gobierno
liberal fue disuelto por las potencias absolutistas europeas. En el Congreso
de Verona (1822) la
Santa Alianza acordó la invasión de España y el
restablecimiento del absolutismo. Un
gran contingente francés, dirigido por el duque de Angulema y conocido como los
Cien Mil Hijos de San Luis, cruzó la
frontera en abril de 1823 y ocupó todo el territorio sin encontrar
resistencia.
Durante el Trienio Liberal
(1820-1823), se produce una escisión en el seno del liberalismo español, al
crearse dos grupos que recogían diferentes sensibilidades o planteamientos
frente a los distintos temas.
Doceañistas (luego Partido Moderado) pretendía una
reconciliación con las antiguas clases dirigentes que hiciera del liberalismo
una síntesis de lo viejo y lo nuevo. Defendía la soberanía nacional como
emanación de dos instituciones: el Rey y las Cortes; concebía un poder legislativo
bicameral en el que una de las Cámaras -el Senado-, estaría integrada por miembros natos
o elegidos por la Corona, por lo tanto no es representativa, y sería útil para
“moderar” un congreso que pudiese ser demasiado progresista en algunas medidas.
La otra -el Congreso-, elegida
sería mediante sufragio censitario; apoyaban, además, un Estado centralizado
y un poder ejecutivo fuerte. En materia de derechos y libertades, son más
restrictivos, pues hablan de mantener “el orden”; y en el tema de la religión,
se declaran católicos y no aceptan la libertad religiosa. A esta opción
política pertenecieron la alta burguesía -integrada por los terratenientes, los
hombres de negocios y los fabricantes- e importantes sectores de las clases
medias, como profesionales liberales, propietarios, jefes y oficiales del
ejército; en general las clases dominantes y más acomodadas, a quienes,
obviamente, beneficia el estado de cosas del que ellos disfrutan, y no interesa
que se amplíe ni la masa social que interviene en política, ni las libertades,
derechos civiles, etc. Este partido, representa la postura que hoy llamaríamos
más conservadora o tradicional de las
cosas, y en lenguaje político estaría más a
la derecha, según la terminología que cuajó tras la Revolución Francesa
Radicales (luego Partido Progresista) defendía que la
soberanía nacional residía exclusivamente en las Cortes, aunque en la
práctica aceptaba el papel moderador de la Corona y el sistema legislativo
bicameral, pero limitando las prerrogativas del trono; admitían el
sufragio censitario, si bien defendían un cuerpo electoral más amplio; y
amparaban la libertad de prensa y el carácter democrático de los
Ayuntamientos. Eran partidarios de la
Milicia Nacional. En él se integrarán las clases medias y artesanos de la
ciudad, los pequeños comerciantes, empleados en general y algunas clases del
ejército. En general, y siendo básicamente la doctrina de una clase constituida
por propietarios, pretenden más modernidad, más avance en los cambios, mayores
dosis de libertades y reconocimiento de derechos, etc. Serían más progresistas
en sus planteamientos, y se diría que se sitúan a la izquierda de los moderados.
VII.
LA DÉCADA ABSOLUTISTA. (1823-1833)
Fernando VII,
de nuevo con el poder absoluto, aplicó una política marcadamente represiva y
restableció las instituciones absolutistas, incluida la Inquisición, y el
sistema de gobierno tradicional.
Ante la
ausencia de reformas económicas y como consecuencia de la pérdida definitiva
del continente americano, la hacienda pública entró en un estado de ruina y hubo que recurrir a los empréstitos
para evitar la quiebra financiera del Estado. A partir de 1826 se inicia una
tímida apertura que, curiosamente, dio lugar a la formación de una tendencia
política de carácter ultra absolutista: los apostólicos, que instrumentalizaron
en su beneficio el levantamiento de los campesinos catalanes de 1827 (Guerra de los Agraviados).
Paralelamente,
se ensayaron una serie de reformas que pretendían modernizar las estructuras
del país para adecuarlas a los nuevos tiempos, dado que la revolución industrial estaba ocasionando importantes
cambios de orden económico y social en otros países europeos. Así se realizó una reforma en la Hacienda pública, se
introdujo el presupuesto en las cuentas del estado, el Consejo de Ministros, el
Código de Comercio y una Ley de Minas. También se crea el banco de San Fernando
(germen del banco de España) y la
Bolsa de Madrid.
VIII. LA PÉRDIDA DEL IMPERIO COLONIAL
La coyuntura de
la ocupación francesa de la metrópoli y el secuestro de sus titulares en
Bayona, hicieron que las Juntas creadas en América, a imagen y semejanza de las
peninsulares, empezasen a funcionar de forma muy autónoma, acabando por derivar
hacia la emancipación definitiva de España, en un proceso largo y lleno de
altibajos, pero que acabaría siendo definitivo, y una expresión más de las
transformaciones de todo tipo que se estaban produciendo en todo el mundo
debido a la extensión de las revoluciones políticas y económicas.
Causas
determinantes:
•
Político-ideológicas: a los nuevos ideales políticos liberales difundidos por la Ilustración se unieron los ejemplos proporcionados por
revolucionarios norteamericanos y franceses. La estructura monárquica y
absolutista a la que estaban sometidos por ser territorios coloniales era cada
vez menos tolerada, y la propia situación política por la que atravesaba España
tras la ocupación francesa proporcionó la ocasión adecuada para ponerlos en
práctica.
•
Sociales: los criollos
constituyeron el grupo social llamado a dirigir el proceso de
independencia. Esta minoría de origen
español dominaba la vida social y económica en las colonias y aspiraba a
controlar el poder político, que se les negaba sistemáticamente
•
Económicas: El monopolio
comercial disfrutado por España, incluyendo la prohibición de comerciar
libremente con el extranjero, suponía la un grave inconveniente para la
burguesía criolla.
•
Internacionales: La oportunidad
para llevar adelante los propósitos independentistas, la proporcionaron las
circunstancias críticas por las que atravesaba España en el siglo XIX, como la
pérdida de su poder naval, tras la derrota de Trafalgar, y la crisis dinástica.
Una vez iniciado el proceso, se
distinguen las siguientes etapas:
El primer
período (1810-1814): los principales focos independentistas se
establecieron en Méjico, Venezuela y
Argentina, aprovechando los
insurgentes el hecho de que gran parte del territorio peninsular estuviera
ocupado por las tropas de Napoleón. Sólo en Méjico tuvo la insurrección un
carácter sangriento; aquí, el cura de Dolores, Miguel Hidalgo, dirigiendo un ejército de indios, mestizos y
criollos, realizó una matanza de españoles en Guanajuato. Acabada la guerra de la Independencia todos los focos de insurrección fueron
sometidos.
El segundo
período (1815-1826): La insurrección alcanza ahora grandes éxitos
gracias al apoyo prestado por Inglaterra y Estados Unidos y como consecuencia
de la revolución de 1820. Chile fue la primera nación en declararse
independiente gracias a las victorias del general San Martín en Chacabuco y Maipú. Venezuela y Nueva Granada se independizaron
tras las victorias de Simón Bolívar en Boyacá y Carabobo (1821). Méjico fue declarado independiente por el
general Agustín Iturbide. Finalmente, las victorias de Sucre en Pichincha y Ayacucho, aseguraron la
liberación de Perú, Bolivia y Ecuador.
El resultado de
todo este proceso, y tras reajustes entre los nuevos territorios
independientes, fue la creación de numerosos estados, todos ellos liberales,
pero débiles, sometidos a las minorías criollas que acaparaban todo el poder
político y económico, y dependientes de
los intereses de las potencias que les ayudaron en su emancipación,
especialmente Estados Unidos. Aunque la desigualdad social y el dominio
colonial (ahora sufrido de otra forma) no cambió con los nuevos gobernantes, sí
se consiguieron tres objetivos muy claros: la independencia política, el
régimen republicano y la libertad de comercio.
Los últimos
años del reinado de Fernando VII se caracterizaron por las intrigas de palacio
respecto de la cuestión sucesoria. Los
sectores apostólicos se aglutinaron en torno a don Carlos María Isidro,
mientras que los partidarios de la tendencia absolutista moderada lo hicieron
en tomo a la esposa de Fernando VII, María Cristina, y de su hija Isabel,
nacida en 1830. La solución isabelina
también era bien vista por algunos sectores liberales moderados. La reina consorte María Cristina, al
convertirse en regente durante la enfermedad terminal del monarca, intentó
atraerse a estos últimos a su causa, promulgando una amplia amnistía (1832).
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