BLOQUE 8



BLOQUE 8. Pervivencias y transformaciones económicas en el siglo XIX un desarrollo insuficiente
actualizado 01/02/2021 

APUNTES DEL BLOQUE 
                                                                        I.          Las desamortizaciones y la agricultura.
                                                                      II.          La industrialización y los transportes.
                                                                    III.          Los cambios sociales y demográficos.


I.                   LAS DESAMORTIZACIONES Y LA AGRICULTURA.

Las desamortizaciones. La desamortización fue un hecho fundamental en el proceso de la revolución burguesa.  Significó un cambio esencial en el sistema de propiedad y tenencia de la tierra.  En España se produjo de manera discontinua.  Se produjeron varias desamortizaciones: la de Godoy (1798), la de la guerra de Independencia, la del trienio liberal (1820-1823); pero las más importantes fueron las de Mendizábal (1836) y Pascual Madoz (1855).
                         Causas de la desamortización.  En el Antiguo Régimen una gran parte de la tierra era de "manos muertas", es decir, eran tierras vinculadas a dominios monásticos o a municipios y, además de no tributar, no podían ser vendidas por sus titulares, estaban fuera del mercado y por ello no podían ser capitalizadas ni mejoradas.  Si se quería promover la reforma agraria era necesario que pasaran a ser bienes privados para ser así susceptibles de mejoras técnicas.

La desamortización y venta de esos bienes permitiría al Estado reducir su déficit y amortizar la deuda pública. El primer paso era la promulgación de ley para desvincular los bienes de la nobleza y desamortizar los bienes eclesiásticos y municipales.  Luego, el Estado se adueñaba de esos bienes, por lo que dejaban de ser "manos muertas" (o de estar fuera del mercado) para convertirse en bienes nacionales; después salían a la venta, mediante pública subasta; el producto de lo obtenido lo aplicaría el Estado a sus necesidades.

La desamortización de Mendizábal. Fue tras la muerte de Fernando VII cuando la revolución liberal burguesa se afianza, y en 1836, en medio de la guerra civil con los carlistas, Mendizábal puso en venta todos los bienes del clero regular (frailes y monjas).  De esta forma quedaron en manos del Estado y se subastaron no solamente tierras, sino casas, monasterios y conventos con todos sus enseres.  Al año siguiente, 1837, otra ley amplió la acción al poner en venta los bienes del clero secular.
Para lograr el establecimiento del nuevo régimen liberal en 1836 era condición necesaria ganar la guerra carlista, y para ello se necesitaban los recursos económicos que proporcionaran la desamortización y el apoyo social de la burguesía al régimen liberal.  Además, al amortizar la deuda pública, el Estado saneaba la Hacienda y aparecía como más solvente, con lo que podría suscribir nuevos empréstitos en el extranjero en mejores condiciones.

La desamortización de Madoz. En 1855 el ministro de Hacienda Pascual Madoz, también progresista, promulgó su Ley de Desamortización General. Se ponían en venta todos los bienes de propiedad colectiva: los de eclesiásticos quedaban y los propios de los pueblos (eran llamados bienes de propios aquellos que proporcionaban, por estar arrendados, una renta al Concejo, en tanto que los comunes eran los que no proporcionaban una renta y eran utilizados por los vecinos del lugar).
El procedimiento utilizado para las ventas fue similar al de Mendizábal.  Pero hubo algunas diferencias: el dinero obtenido fue dedicado en parte a financiar la industrialización del país y a la expansión del ferrocarril.  Por otra parte, el Estado no era el propietario de los bienes sino los ayuntamientos.  


Consecuencias de las desamortizaciones

- Sociales. La burguesía compradora se convirtió en terrateniente.  En conjunto, el proceso de desamortizaciones, no sirvió para que las tierras se repartieran entre los campesinos.  Pero a medio y largo plazo sí contribuyó a que aumentara el volumen general de la producción agrícola al trabajar los nuevos propietarios tierras que hasta entonces no habían sido labradas.  La expulsión de campesinos de los nuevos latifundios y la concentración de la propiedad de la tierra generó, así mismo, una gran masa de campesinos sin tierra, proletariado agrícola, que a mediados de siglo superaba los dos millones de personas.
- En los modos de explotación de la tierra.  Se estima que cambio de manos  hasta el 50% de la tierra cultivable.  La desamortización conllevó una expansión de la superficie cultivada y una agricultura más productiva.  Al liberalizarse la tenencia y explotación de la tierra, en algunas zonas se realizaron inversiones, mejora y especialización en los cultivos.
- Culturales.  La desamortización produjo una gran pérdida y expolio de bienes culturales de los antiguos monasterios.  Muchas obras arquitectónicas se perderían y bienes culturales (pinturas, bibliotecas) fueron vendidos a precios irrisorios y, en gran parte, salieron hacia otros países...

                        Rasgos generales de la agricultura en el periodo. Los cambios técnicos fueron lentos.  Hasta bien entrado el siglo perduró un tipo de crisis característico del Antiguo Régimen: una mala cosecha podía producir en una región determinada un incremento de la mortalidad y una crisis de subida de precios.  Cada una de estas crisis perjudicaba gravemente a los sectores más humildes, mientras que los grandes propietarios se beneficiaban del alza de precios, los braceros tenían menores jornales y los pequeños propietarios debían recurrir a los préstamos.

Pero todos estos cambios no se tradujeron en innovaciones en las técnicas agrícolas, porque los nuevos propietarios prefirieron mantener los sistemas de explotación en vez de invertir en mejoras.  Por eso el rendimiento de la tierra no aumentó, y sólo se incremento la producción debido a la puesta en cultivo de más tierras.
A pesar de estas crisis, la España rural experimentó cambios de importancia.  Principalmente una mejor articulación del mercado nacional y de las relaciones con el exterior, una mejor adaptación de los cultivos a las peculiaridades de la tierra y un aumento general de la producción, cuya consecuencia fue la mejor alimentación de los españoles. Se llevó a cabo una cierta especialización de los cultivos según las peculiaridades climáticas.  En el norte, a partir del final del XVIII se difundió, junto con el maíz, la patata, mientras que los cereales se convertían en el cultivo predominante en las dos Castillas y Andalucía. El olivo proliferó en Andalucía y el viñedo ocupaba cada vez más espacio en el litoral mediterráneo.

Pero el aumento de la superficie de cultivo produjo también un importante incremento en la producción. Como los métodos de cultivo no se modernizaron significativamente, hay que atribuir estos cambios principalmente a una mejor adaptación de los cultivos a las peculiaridades de cada región. Se mantuvo una situación de retraso tecnológico, agravado por una crisis agraria generalizada que se dio a partir de 1880, para luego recuperarse muy lentamente. Especial fue el caso de la vid, que registró una etapa de esplendor antes de 1885 debido a la plaga de filoxera en los viñedos franceses, que disparó la exportación. La llegada en esa fecha de la epidemia a España precipitó la crisis propia. Posteriormente, siguieron creciendo los cultivos de hortícolas para la exportación (Canarias, Valencia) y se fue introduciendo la modernización en algunas zonas (mecanización y abonos químicos).

II. LA INDUSTRIALIZACIÓN Y LOS TRANSPORTES.

- La industria Textil. La industria textil catalana testimonia las posibilidades de desarrollo industrial a partir de un punto de partida muy modesto. Esta industria fue capaz de mantener, a lo largo de toda la primera mitad del siglo XIX un contacto comercial con América que no quedó roto a pesar de la independencia.
Al tiempo, la importación de maquinaria británica en el periodo 1.830-60 permitió la mecanización total de su industria que, a partir de ese momento quedó en condiciones óptimas para alcanzar la hegemonía sobre el resto de las industrias textiles españolas. La introducción de la maquinaria -denominada en inglés self-acting, lo que explica que se las llamara selfactinas- motivó protestas muy duras y quemas por parte de los artesanos, pero se acabó imponiendo y a mediados del siglo más del 40 % de la población vivía de la industria.
Como materia prima predominó el algodón.  La hegemonía de Cataluña en el textil de algodón empezó a producir en esta misma época una atracción del textil en general (lana, seda) hacia la región, impulsada por esa superioridad técnica que arruinaba a las industrias tradicionales. El sector siguió en expansión hasta la pérdida de las colonias de Cuba y Puerto Rico, que supuso un duro revés debido a que, gracias a la política proteccionista adoptada, encontraban allí un importantísimo mercado. Esta crisis se compensó gracias a los pedidos de los países beligerantes europeos durante la I Guerra Mundial

- La minería. El subsuelo peninsular disponía, en conjunto, de una gran riqueza. Especialmente en plomo, cobre, mercurio y hierro.  Debido a la creciente demanda europea, sus yacimientos pronto fueron codiciados por las grandes compañías financieras europeas lo cual provocó en España, donde escaseaba la iniciativa empresarial, la progresiva dependencia de empresas extranjeras. El Estado, endeudado con la gran banca europea, fue dando amplias concesiones o cesiones de la propiedad de un gran número de minas.

Destacó el plomo en la zona de Murcia, Almería, Granada y Jaén (España llegó a ser líder mundial). También  el cobre, con la invención del telégrafo eléctrico (1837). Destacó la explotación de Riotinto (Huelva) propiedad de un consorcio anglo-alemán y se convirtió en la primera mina de cobre del mundo. Por su parte el mercurio se concentraba en las importantísimas y antiguas minas de Almadén (Ciudad Real), controlado directamente por los banqueros de la familia Rothschild.   En cuanto al hierro,  y a diferencia de los casos anteriores, generó un tejido empresarial autóctono, si bien de tamaño reducido.  Los yacimientos de este se concentraban Almería y Murcia y Somorrostro (Vizcaya). El hierro vasco era de muy buena calidad y se exportó masivamente a Gran Bretaña.  Este sistema de explotación minera de concesiones a empresas extranjeras era casi colonial, y alcanzó su máximo en 1910, para luego iniciarse una decadencia y abandono de explotaciones, hasta permanecer únicamente como sector claramente rentable el hierro vizcaíno.

     En cuanto al carbón los yacimientos más importantes se encontraban en Asturias.  Ya en el decenio de 1830 se formaron dos empresas pioneras: la Real Compañía Asturiana de Minas y la Sociedad de Minas de Carbón de Siero y Langreo.  A partir de la década de 1850 el carbón asturiano fue empleado para usos siderúrgicos, y varias corporaciones extranjeras se introdujeron en el negocio. Luego entró en crisis y sólo se rehizo con la política proteccionista aplicada desde 1891. El proteccionismo también permitió el desarrollo de la zona carbonífera de Sierra Morena.


- La siderurgia. La industria por excelencia en la primera fase de la industrialización fue la siderurgia debido a las nuevas demandas de hierro. La localización de esta industria estaba necesariamente marcada por la de las materias primas. Eso explica que se sucedieran tres focos de desarrollo siderúrgico, sin que hasta el último cuarto de siglo se llegara a una ubicación definitiva.

 El primer alto horno se instaló en Málaga, para usar la madera y el hierro locales, pero cayó pronto en decadencia al utilizar un combustible de escaso poder calórico. Desaparecida esta, la siderurgia se trasladó a Asturias en la proximidad de las minas de carbón y con hierro proveniente del País Vasco: hacia mitad de siglo se producía en Asturias más de la mitad de la producción siderúrgica española.
La primera industria siderúrgica vasca moderna fue propiedad de la familia Ybarra, que desempeñaría un papel de primera importancia en el desarrollo del capitalismo vasco y también nacional. En general se dio que los exportadores de hierro vizcaíno reinvirtieron sus beneficios en la creación de altos hornos propios, llegando a constituirse, por fusión de varias pequeñas, la empresa “Altos Hornos de Vizcaya”

- La industria metalúrgica. Las primeras fábricas metalúrgicas se crearon en Barcelona, a impulsos de las demandas de la producción industrial.  Destacó “La Maquinista Terrestre y Marítima” (1855). La maquinaria y muchos  técnicos provenían de Gran Bretaña y otros países, aunque la mayoría de los capitales eran españoles.

En general, la industria metalúrgica española no pudo competir en tecnología ni capitales con las empresas foráneas.  Así que fueron éstas la que elaboraron los suministros de la inmensa mayoría de las construcciones mecánicas (locomotoras, máquinas industriales, barcos de hierro).  La industria autóctona se concentró en las construcciones metálicas: puentes, edificios industriales, mercados, etc.  Desde finales del XIX van haciendo su aparición los astilleros de Sestao y Bilbao (Astilleros de Nervión, Euskalduna) y el automóvil (Hispano-Suiza).

La construcción de la red ferroviaria se vio favorecida por la aprobación de la ley general de ferrocarriles durante el Bienio Progresista.  La primera línea férrea unió Barcelona y Mataró en 1848, en pocos años, la red de vías férreas creció espectacularmente (4.500 Km. en 1865), si bien la crisis financiera de 1866 frenó un tiempo este proceso. 

En general, se caracterizó por tres elementos: la aportación de grandes capitales, la tutela y la subvención permanente del Estado y la presencia hegemónica de capitales extranjeros, sobre todo franceses. Este era un sector que requería fuertes inversiones, con lo que las mayores aportaciones provinieron de bancos y sociedades de crédito, en un negocio vinculado, desde su origen, a la protección estatal. Los sucesivos gobiernos liberales decretaron importantes ayudas a la construcción de las vías, que se cobraban a razón de kilómetro tendido.  Esto hizo que se emprendiera de forma indiscriminada un gran número de obras, muchas inviables económicamente.  No se obedeció pues a razones de mercado, sino al estímulo de las subvenciones. Además, el gobierno facilitó la importación de los productos destinados a la ampliación de la red ferroviaria.  Más de 2/3 del hierro utilizado venían del extranjero, lo que retrasó el desarrollo de la industria siderúrgica nacional.

            Otros sectores industriales que eclosionan a finales de siglo son la química (Cros) o la energía (Compañía Catalana de Gas y Electricidad), y el tejido se amplía a Madrid, donde se crearon diversas industrias ligeras, mecánicas y de consumo, además de establecerse las sedes de muchas de las principales empresas españolas.

            Por otra parte, durante todo el periodo predominó la política comercial proteccionista, con aranceles y medidas de apoyo a la producción nacional.

III.             LOS CAMBIOS SOCIALES Y DEMOGRÁFICOS.

El incremento de la población española fue lento en relación con otros países europeos, pasándose de 10,5 millones de habitantes a principios a unos 16 millones en tiempos de la I República, y con una estructura demográfica antigua, basada en  altas tasas natalidad y mortalidad, aún con crisis periódicas. Lentamente se moderniza, y en 1900 se llega a 18.6 millones. El retraso en la evolución demográfica se explica por la pervivencia de una economía antigua, que hacía aparecer periódicas crisis de subsistencias, y un estado deficiente de la higiene pública, que favorecía las epidemias recurrentes. Es lo que se llama modelo demográfico arcaico.

La mortalidad se mantiene muy alta, con aún un 29 ‰ en 1900, descendiendo desigualmente en las distintas regiones españolas. El ritmo de descenso se incrementa ya en el siglo XX (excepto en 1918 con la epidemia de gripe). En las zonas menos desarrolladas, las causas de muerte están claramente relacionadas con el atraso,  y son la deficiente higiene, la subalimentación y deficiente red de transportes (difícil atención médica y desabastecimiento), además de las periódicas crisis de subsistencias: hambrunas,  epidemias (fiebre amarilla, cólera), mayor incidencia de las enfermedades endémicas (tuberculosis, viruela, tifus, sarampión). Otro de los indicadores que dejan patente este subdesarrollo social es el mantenimiento de altas tasas de mortalidad infantil (249 ‰ en 1884, 200 ‰ en 1902).

La natalidad, por su parte, se mantiene moderada (34‰ en 1900), baja en comparación con otros países europeos, y esto es debido a la disminución de la fertilidad matrimonial, en un entorno rural generalmente superpoblado.

La emigración. En el año 1853 se liberalizó la emigración exterior, sometida a permisos gubernativos, pero junto a ella se mantuvo una emigración ilegal muy importante. Se dirigió, en más del 40 %, hacia Cuba y sólo en un segundo momento hacia Argentina. La procedencia más habitual de los inmigrantes fue de las regiones costeras o insulares: Canarias, Galicia, Asturias y Cataluña. El fenómeno de la movilidad de los trabajadores fue general, de modo que a esta emigración hacia América. Entre 1882 y 1899 llegó al millón de personas. Pero hay que sumar fenómenos menos significativos pero importantes. Por ejemplo, hacia 1860 existía en Argelia una población española de cerca de 60.000 personas, procedentes de Alicante. La legislación acabó favoreciendo la corriente migratoria exterior, consciente de la superpoblación económica (correlación negativa entre la densidad de población y el desarrollo económico). Tras la I Guerra Mundial, se abrió otra nueva vía hacia Francia. Las migraciones interiores se dirigían hacia las capitales y grandes centros económicos y de población. Madrid y Barcelona tenían más de medio millón de habitantes en 1900 y un millón hacia 1930.

Cambios sociales. Las transformaciones estudiadas hasta el momento, incluidas las políticas, no supusieron la radical transformación de la sociedad, aunque se consolidó la sustitución de la sociedad estamental por otra clasista.

-                La vieja nobleza perdió parte de su poder político y desapareció como estamento privilegiado ante la ley, pero se adaptó a la nueva situación. Continuó con su forma de vida y se alió con la alta burguesía para conformar entre ambos una elite social y económica y mantener su influencia política. Sin embargo, poco a poco fue decayendo en beneficio de la gran burguesía.
-                La gran burguesía estaba formada por un conglomerado de grandes propietarios rurales y urbanos, negociantes, especuladores y comerciantes. No son emprendedores  y por lo tanto no invierten su dinero en actividades que promuevan el desarrollo económico, sino en operaciones especulativas e improductivas  socialmente: rentas de tierra, préstamos del estado, bolsa, especulación inmobiliaria. Algunos acceden a títulos de nueva nobleza. Sólo en Asturias, País Vasco o Cataluña se da una burguesía emprendedora empresarial.
-                Las clases medias crecen pero siguen siendo escasas. Incluyen pequeños comerciantes, profesiones liberales, funcionarios y pequeños propietarios en las ciudades y en la zona rural. Entre las clases populares destacan el pequeño artesano, en decadencia; el servicio doméstico y el pequeño comerciante.
-                La clase obrera industrial, o proletariado, es aún minoritario y se concentra en Cataluña, P. Vasco etc. Tienen todos en común deficientes condiciones de vida, que sólo mejoran lentamente.
-                La mayoría de la población del s. XIX era rural (pequeños propietarios, arrendatarios y jornaleros) con un nivel de vida extraordinariamente bajo. Los cambios en la propiedad de la tierra les perjudicaron en general, y aumentó el número de campesinos sin tierras. La peor situación era la de los jornaleros, entre los que cundió el ansia de tierras, como aspiración casi obsesiva y demandada desde antiguo.                                                                                                     

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