BLOQUE
10. La Segunda República. La Guerra Civil en un contexto de Crisis
Internacional (1931-1939)
LA SEGUNDA REPÚBLICA
I. El sistema de partidos y la Constitución de 1931.
II. Las reformas del bienio republicano-socialista
III. El Bienio de centro-derecha.
IV. Las elecciones de 1936 y el triunfo del frente
Popular
LA GUERRA CIVIL (1936-1939)
V. La sublevación militar.
VI. Etapas y desarrollo de la
guerra.
VI. La internacionalización del conflicto.
VIII. La evolución política
de las dos zonas.
La Dictadura de Primo de Rivera no sólo no solucionó significativamente
los profundos problemas que aquejaban a España, sino que contribuyó a
avivarlos. Pese a modestos avances, la “modernización” del país continuaba muy
retrasada. España era un país con estructuras agrarias muy desiguales y
arcaicas, contaba con capital escaso y de capacidad muy limitada, y con una
industria y agricultura débiles, que
subsistían gracias a un fuerte proteccionismo.
Por otra parte, la estructura social estaba subdesarrollada, con una
gran clase dominante muy cerrada de grandes familias y notables locales, que
vinculaban intereses industriales y agrarios, y una amplia mayoría campesina u
obrera muy pobre, mientras que las clases medias eran aún escasas.
La II República es quizá la etapa
más crucial de la historia contemporánea de España. En sus apenas cinco años de
vida, emergieron con claridad todos los conflictos, todas las frustraciones
históricas y todos los graves problemas que dividían a España. Una parte del
país, la que siempre estuvo sometida, vio como por primera vez se intentaban
corregir las atrasadas e injustas estructuras que mantenían a España en el
subdesarrollo. Fue una apuesta fuerte pero arriesgada, hecha por unos
gobernantes que posiblemente adolecieron de falta de experiencia y
precipitación, y que contó con uno de los climas menos favorables: difícil
situación política internacional, crisis económica, falta de medios
presupuestarios y, sobre todo, una sociedad poco dispuesta a allanarle el
camino: impaciencia y radicalización por un lado, y por otro, intransigencia y una fuerte
oposición a cualquier medida que pudiese erosionar los viejos privilegios
consolidados.
I. El
sistema de partidos y la Constitución de 1931.
En enero de 1931, el gobierno anunció la convocatoria de elecciones,
en un intento de controlar la situación, y se promovió la creación de un
partido monárquico, pero muy pocos querían ya colaborar con Alfonso XIII.
Muchos reclamaban que fuesen a cortes constituyentes, y que primero, a modo de
ensayo, se convocaran municipales. La oposición en bloque pidió la abstención.
El previsible fracaso decidió a Berenguer a dimitir, e inmediatamente el rey
nombró al almirante Aznar, quien se limitó a realizar una convocatoria
de elecciones municipales para el 12 de abril.
Celebradas éstas, los resultados fueron concluyentes; aunque la
mayoría de los concejales electos fueron
monárquicos, los republicanos vencieron en casi todas las capitales de
provincia y ciudades importantes, donde el voto no estaba controlado por el
viejo caciquismo y donde además el sistema electoral exigía más votos para
obtener cada escaño, lo que suponía un número mayor de votos emitidos.
“España se ha acostado monárquica y se ha levantado republicana”
admitía Aznar a los periodistas. Alfonso XIII, bien aconsejado, lo
interpretó así y se aprestó a abandonar el país, declarando que no
estaba dispuesto que se vertiera sangre por permanecer en el trono.
El gobierno
provisional. En la mañana del 14 de abril, se fue
proclamando la República en diversas ciudades españolas en medio del entusiasmo
general. A la tarde, en Barcelona, Fransesc Maciá, líder del partido Estat
Catalá, proclamaba la “República Catalana” dentro de una “Confederación de
pueblos ibéricos”. También en Madrid se proclamó en la Puerta del Sol y se
formó un Gobierno Provisional, que recondujo la situación catalana.
El nuevo gobierno representaba a todas las fuerzas
progresistas del país:
-
Miembros de derecha
republicana, como Alcalá –Zamora (Presidente) y Miguel Maura (min. de
Gobernación). Su partido (Derecha Liberal Republicana) era fundamentalmente
católico. Su electorado era reducido.
-
Miembros del centro-izquierda
o izquierda republicana, de dos partidos: Acción Republicana, de Manuel
Azaña (m. de Guerra), y Partido Republicano Radical Socialista, con Álvaro de
Albornoz (Fomento) y Marcelino Domingo (Instrucción Pública). Eran partidos profundamente reformistas y sus bases eran las
clases medias urbanas e intelectuales.
-
Miembros del centro
republicano. Del Partido Radical de Alejandro Lerroux (será min. de Estado)
y Martínez Barrio (de Comunicaciones). Este era un partido muy poco definido,
acomodaticio y bastante demagogo.
-
Miembros de partidos
regionalistas, como Acció Catalana de Nicolau d’Ólwer (Economía) u
Organización Republicana. Gallega Autónoma, partido este próximo a Azaña y
representado por Casares Quiroga (Marina).
-
Miembros del PSOE,
con Indalecio Prieto (Hacienda), Fernando de los Ríos (Justicia) y Largo
Caballero (Trabajo)
Era éste un gobierno decidido
a consolidar con rapidez la República y
a darle un contenido social, introduciendo reformas muy decididas y de gran
alcance, dentro de lo que se ha dado en denominar “socialismo humanista”. Se
trataba pues de mantener un sistema democrático parlamentario pero de un
contenido más profundo, moderno y social, lo que despertó una gran
expectación... o recelo.
Además del inicio de una amplia y decidida política reformista, se
creó una nueva Ley Electoral, con sufragio para todos los varones de más de 23
años y se convocaron elecciones a Cortes Constituyentes para el 28 de
junio. Los resultados supusieron un claro triunfo para la izquierda:
PSOE, 114 escaños; Radicales (Lerroux), 89; Radicales-socialistas (Domingo),
55; Acción Republicana (Azaña), 30; Izquierda Catalana (Ezquerra), 36; los republicanos de derechas unos 20 escaños
y la derecha no republicana el resto, destacando los “agrarios” (24) y
regionalistas católicos y de derechas.
Ya desde los primeros días, el ambiente social adquirió una tensión
preocupante: huelgas, conflictos entre patronos y obreros... En la CNT, ajena
al sistema “burgués” de la República, llegó a los 530.000 afiliados. Pero el
conflicto que peores consecuencias tendría fue el del anticlericalismo
callejero radicalizado, cuando en mayo se produjeron una serie de asaltos y
quemas de conventos que, aunque no causaron
víctimas, el gobierno fue incapaz de atajar suficientemente, lo
que le ocasionó el lógico repudio de la población católica del país, y un
arma para la oposición de la derecha, que asociaba, con evidente ligereza,
la defensa de la religión con la del orden social. También hubo conflicto con
la jerarquía eclesiástica más reaccionaria, opuesta a cualquier intento de
reducir los privilegios de la Iglesia, cuando el Cardenal Segura, Primado de
España, firmó varias cartas pastorales muy duras contra el gobierno.
El 9-XII-1931, tras intenso
debate, se aprobó una Constitución, inspirada en la alemana de Weimar, la austriaca, la checoslovaca y la
mejicana, de entre 1917 y 1921. Puntos
principales:
a)
Definición del Estado como “república democrática
de trabajadores de toda clase” subrayando el carácter popular de la
soberanía.
b)
Extensa declaración de derechos y deberes,
individuales, políticos, económicos, familiares y culturales.
c)
Sufragio universal para mayores de 23 años, por
primera vez también femenino, tras intenso debate al temer parte de la
izquierda que esto favorecería a la derecha.
d)
Establecimiento del matrimonio civil, divorcio e
igualdad de derechos entre hijos legítimos e ilegítimos.
e)
Se declara a la educación derecho universal y
al trabajo obligación social protegida por la ley.
f)
Se subordina el derecho a la propiedad privada al
interés público, previéndose la posibilidad de expropiación con indemnización.
g)
Se declara a la Cortes como representación principal
del pueblo. Se eligen cada cuatro años, constan de una sola cámara y
ejercen de forma exclusiva el poder legislativo. De hecho predominaron sobre
las demás instituciones, subrayando su carácter democrático y creando intensísimos
debates parlamentarios, pero limitado también la capacidad de actuación de
Presidente y Gobierno.
h)
El Presidente de la República es elegido cada cuatro
años por la cámara. Su poder era restringido y controlado por las Cortes.
i)
Poder judicial independiente, con un Tribunal de
Garantías Constitucionales, como máximo organismo.
j)
Se reconoce la autonomía de las regiones,
dentro de la estricta unidad nacional y con prohibición de federarse. Supuso
duro debate, pues la derecha veía aquí peligro contra “la unidad de España”, y
de hecho se redujeron las competencias concedidas.
k)
La cuestión religiosa fue la más polémica. Se
expulsaba a la Compañía de Jesús; desaparecía el presupuesto destinado a la
Iglesia; se prohibía a las congregaciones religiosas el ejercicio de la
enseñanza, la industria y el comercio y se las sometía a una ley especial;
y se declaraba la libertad de conciencia
y cultos. Provocó una agria y cerrada oposición de la derecha y una crisis
política, al dimitir, tanto el Presidente de la República, Alcalá-Zamora, como
el ministro Miguel Maura, ambos católicos.
Se trataba en conjunto de una Constitución claramente progresista y moderna, que permitía la participación política de todos y daba un gran peso a la representación real de la voluntad popular: las Cortes. Fue muy atacada y criticada por las fuerzas católicas y de derechas, que la acusaron de sectaria (que representa sólo a un sector de la sociedad). Sea como fuere, no hay que olvidar que fue aprobada por una Cortes Constituyentes y que el proceso electoral del que salieron fue el más limpio hasta la fecha en la historia de España.
II. Las reformas del bienio republicano-socialista.
Con una duración entre junio de 1931 y noviembre de
1933, fue también conocido como “República de
izquierdas” o “Bienio social-azañista”.
Tras aprobarse la Constitución, es nombrado presidente Niceto
Alcalá-Zamora y jefe de Gobierno Manuel Azaña, en alianza con los socialistas,
de los que dependía totalmente en las Cortes para gobernar. Intentó profundizar
en las reformas ya iniciadas durante el Gobierno Provisional.
Legislación agraria, obra de Largo
Caballero: obligaba a los patronos a contratar a jornaleros del propio término
municipal, a fin de combatir las represalias de aquellos contra el activismo de
éstos; prohibición temporal de expulsión de los arrendatarios por impago de la
renta; establecimiento de “jurados mixtos” para solucionar conflictos; jornada
de ocho horas; salario mínimo y decreto
que obligaba a explotar las tierras aptas que no lo estuvieran, a fin de
combatir el paro y aumentar la producción agraria. Muy mal acogidas por los
propietarios, que se sintieron “atacados en sus derechos”.
Pero la cuestión estrella dentro de este ámbito fue la “Ley de Bases de la Reforma Agraria”,
que pretendía redistribuir la propiedad de la tierra en aquellos casos en que
la desigualdad en el acceso a la tierra fuera más escandalosa. Pretendía
expropiar (generalmente con indemnización) los latifundios mal explotados
basándose en la función social de la propiedad, y repartirlos, divididos en
lotes, entre los campesinos sin tierras, para crear una clase de pequeños
propietarios y aumentar la productividad y el nivel de vida en el campo,
acabando con la miseria y el subdesarrollo de amplias comarcas. Sin embargo el
proceso fue muy lento, complejo, estuvo escasamente dotado de fondos y contó
con la furiosa oposición de los terratenientes. El resultado fue que el recién
creado Instituto para la Reforma Agraria (IRA) apenas avanzó en su labor y en
muchos casos fue sobrepasado por las ocupaciones espontáneas de fincas, que en
ocasiones el gobierno se vio obligado a legalizar
Reforma militar, de Azaña: exigencia a
los militares de prometer fidelidad a la República, ofreciendo el retiro, con
suelo íntegro, a quienes no quisiesen; reducción del número de divisiones;
unificación de escalafones; supresión de ascensos por méritos habidos durante la
Dictadura y supresión de la Academia General Militar de Zaragoza, (dirigida por
Franco). Los objetivos eran modernizar un ejército obsoleto y muy mal
organizado (con la tercera parte de tropas que Francia, tenía...¡el doble de
oficiales y generales!) y evitar divisiones internas. Fueron muy mal
acogidas y vistas como una represalia por el papel de los militares durante la
Dictadura.
Legislación educativa: creación de 7.000
plazas de maestro y elevación de su salario; construcción de 6.570 escuelas
(más que en los treinta años anteriores); mejora de las enseñanza medias;
voluntariedad de la enseñanza de la religión y creación de las “Misiones
Pedagógicas” para enseñanza de adultos.
Esta misión se planteaba como urgente (32% de analfabetismo). La educación como “única, pública, gratuita,
obligatoria y mixta”, un derecho para los menores y una obligación para el
Estado.
Gobernación se crea un cuerpo policial antidisturbios, la
“Guardia de Asalto”.
Estatutos de Autonomía: en Cataluña
(Estatuto de Cardona) se aprobaría (2 de agosto) con el 90% de los votos En el
País Vasco (Estatuto de Estella) no salió adelante pues el gobierno lo frenó al
considerarlo excesivamente religioso y conservador.
Legislación religiosa: Algunas de las medidas más polémicas se centraron en la regulación de
aspectos relacionados con la Iglesia Católica. Destacan la disolución de la
Compañía de Jesús, la eliminación de los subsidios oficiales a la Iglesia, la
secularización de los cementerios y la prohibición de la actividad docente,
comercial e industrial. Otras leyes de carácter civil, como el divorcio y el
matrimonio civil, fueron interpretados por la Iglesia como “atentados” contra
ella, con lo fue una institución bastante activa en la desestabilización del
régimen republicano.
Estas reformas se realizaron desde el principio en un clima de
permanente tensión, propiciada desde la izquierda obrera a través de huelgas y
levantamientos obreros y campesinos y desde la derecha mediante el boicot,
resistencia ante las reformas y provocación. El gran problema de la conflictividad
social estuvo provocada por la tensión acumulada por los acontecimientos
políticos, las esperanzas puestas por campesinos y obreros en el nuevo régimen
(se identificaba República con transformación social), que consideraron
frustradas, y la posición intransigente de propietarios e industriales a las
reformas. A la impaciencia de los trabajadores, sometidos a jornales
muy bajos y al paro creciente por la crisis económica, se sumó la fuerte
movilización de sindicatos anarquistas y del PCE, muy influyentes en el
campo andaluz y extremeño y en obreros y mineros catalanes y asturianos. La
patronal presionó al gobierno y éste no estaba dispuesto a perder el control
del orden público, con lo que se empleó a fondo para reprimir las huelgas y
disturbios, empleando para ello a la Guardia de Asalto y Guardia Civil. Mientras, los terratenientes
incumplían las medidas aprobadas por la Cortes y controlaban en parte a las
fuerzas del orden. En Castilblanco (Badajoz), el Alto Llobregat (Barcelona) y
Arnedo (La Rioja) se dieron hechos graves entre anarquistas y fuerzas del
orden, con un saldo de 12 muertos y decenas de heridos (se destituyó al Gnal.
Sanjurjo por los excesos en la represión). Pero el suceso más grave se produjo
en Casas Viejas (Cádiz), donde la represión de la Guardia Civil ante
unos jornaleros violentos se saldó con el incendio de la casa donde se habían
hecho fuertes (6 muertos) y el simple fusilamiento de otros 12 vecinos del
pueblo. Esta masacre perjudicó seriamente la imagen de Azaña, que no fue capaz
de dar una respuesta satisfactoria a nadie y fue blanco de una campaña feroz
desde la izquierda y la derecha.
El clima se enturbió más cuando
se discutieron en las Cortes la Reforma Agraria y el Estatuto de Cataluña, muy contestados por la derecha.
Para algunos militares, el tema de Cataluña fue visto como una amenaza contra
la unidad del España y, el 10 de agosto de 1932, se produjo, en Sevilla, un
intento de golpe de estado (en pro de una república autoritaria) capitaneado
por el General Sanjurjo (la “Sanjurjada”), que fracasó, siendo éste
condenado a muerte, pena luego conmutada por prisión. Toda esta situación creó
una seria crisis en el gobierno Azaña, lo que llevó a la convocatoria de nuevas
elecciones.
III. El Bienio de
centro-derecha.
También llamado Bienio Conservador, Bienio Radical-cedista o, por la historiografía de izquierdas, Bienio Negro.
Celebradas las elecciones, se
arrojó un resultado claramente favorable a la derecha, bastante unida gracias a
la CEDA, obteniendo en conjunto unos 200 escaños (la CEDA, 115); el centro 160
(el de Lerroux, 100) y la izquierda unos cien (Izquierda Republicana, 10,
Esquerra, 18, PSOE, 59). ¿Causas? La CNT pidió la abstención, lo cual perjudicó
a la izquierda, y el voto femenino, realizado por primera vez, parece que
también; de todos modos, el desgaste del gobierno anterior debe ser una causa
importante.
En diciembre, se produjo una insurrección armada promovida por la CNT
en Aragón y Rioja, (89 muertos), lo que enturbió más la convivencia. El 16 de
diciembre, Lerroux forma un gobierno, seguido luego por otro de Samper, que
necesitaron permanentemente el apoyo de la CEDA para gobernar (no se nombró
Jefe de Gobierno Gil Robles por temor a
la izquierda) y que serán inestables y permanentemente presionados por la CEDA.
Por eso, su labor se limitó a lo que vino en llamar “rectificación”,
es decir frenar o eliminar la legislación reformista del bienio anterior:
amnistía para los militares de la “Sanjurjada”, pero no de los anarquistas de
los sucesos de diciembre; paralización de la reforma agraria; derogación de la
Ley de Términos Municipales (inútil, por otro lado) y el decreto de
intensificación de cultivos; se decretó la libertad de contratación y fijación
de salarios en el campo, aprovechadas por patronos para no contratar a los jornaleros
más activistas y pagar salarios de hambre y recuperar el control de muchos
pueblos; se detuvo la reforma militar y se puso en destinos clave a militares
como Goded, Mola o Franco; se paralizaron las construcciones escolares, la
secularización de la enseñanza y la enseñanza mixta; se devolvieron a la
nobleza propiedades confiscadas por apoyar a Sanjurjo... También se paralizó de
nuevo el Estatuto vasco y enfrentándose duramente a la Generalitat por causa de
unos decretos sobre acceso a la propiedad en Cataluña de los arrendatarios de
tierras.
Las fuerzas de ambos lados de radicalizan
poco a poco: en el PSOE, Largo Caballero, apoyado ahora por Prieto, se aliaron
contra el más moderado Besteiro y anunciaron una revolución en el caso de que
la CEDA llegase al gobierno (Gil Robles, cuando fue relegado del gobierno,
afirmó que quedaba a la espera de acaparar “todo el poder”, lo que se interpretó
como una amenaza de golpe de estado). En junio, la UGT organizó en el campo una
huelga general, seguida por 300.000 jornaleros, que fracasó tras doce días y 13
muertos, y provocó una fuerte represión, pues había sido declarada ilegal.
También el PCE se acercó a los socialistas,
igual que la Ezquerra, entrando ambos en las “Alianzas Obreras” creadas
ahora. La CNT se mantuvo al margen tras
el fracaso de diciembre de 1933. Mientras, en la derecha, las milicias
fascistas de Falange practicaban la violencia deliberada y provocadora,
mientras Renovación Española mantenía
una actitud conspiradora.
En este contexto explosivo se produjo el más grave hecho de los
acaecidos durante la República. El 4 de octubre, tras una nueva crisis
ministerial y la presión de la CEDA, consiguió ésta por fin la inclusión de
tres de sus miembros en el nuevo gabinete. El mismo día, como ya había avisado,
el PSOE dio orden de huelga general, presentándola como el medio para volver a
restablecer la legitimidad democrática, cuando en realidad era una postura de
fuerza frente a una legalidad establecida por la Constitución, gustase o no. El
día 5, el paro era general en las
ciudades, aunque no en el campo, y tomó el sentido de auténtica insurrección
armada revolucionaria. Sin embargo, fracasó en seguida en Madrid por la
rápida reacción del ejército, y en Barcelona, donde además, dirigida por la
Ezquerra de Companys, tenía un carácter nacionalista, y se redujo tras el
bombardeo de la Generalitat por el General Batet y la presencia del ejército en
la calle, deteniéndose al Gobierno Catalán en pleno.
Para el día 12, la revolución había fracasado en todo el país por
falta de organización y de apoyos (de la CNT, por ejemplo), salvo en Asturias,
donde verdaderamente se vivió como una auténtica revolución proletaria. Allí,
miles de obreros y mineros anarquistas y socialistas, perfectamente organizados
y entrenados, con grandes cantidades de dinamita y armas obtenidas en los
cuarteles que asaltaron, controlaron casi toda la provincia, tomaron Oviedo y
destituyeron a las autoridades legales, tras duros combates con el ejército y
fuerzas del orden. Organizaron todo un
estado socialista, bajo el lema UHP (“Uníos, Hermanos Proletarios”). El
Gobierno, desbordado, dio plenos poderes al general Franco, quien ordenó
el desembarco en Gijón de tropas de la Legión, las cuales reconquistaron el
terreno y la ciudad de Oviedo casa por
casa (quedando muy destruida), ante la muy fuerte resistencia de los obreros.
El día 19 se rindieron, con un balance de 1.051 muertos entre los insurrectos y
284 entre las fuerzas del orden, entre ellos asesinatos deliberados realizados
por las fuerzas del orden durante la durísima represión, pero también por los
sublevados (algunos religiosos, mostrando de nuevo el anticlericalismo
radicalizado). Además hubo 30.000 detenidos, entre ellos Azaña (que no tuvo
nada que ver) y los principales dirigentes socialistas. Para muchos, supondrá
el comienzo de un enfrentamiento ya irreconciliable entre la izquierda y la
derecha, anticipo de la Guerra Civil.
Tras estos sucesos, se sucedieron diversos gobiernos inestables de
coalición CEDA-radicales, mientras Gil Robles fue duramente denunciado por la
derecha activista como cobarde por no atreverse a pronunciarse a favor de una
dictadura “de orden”, antimarxista, apoyada por el ejército, al mismo día
siguiente de aplastada la revolución.
Los gobiernos radical-cedistas continuaron con su política de
“rectificaciones”, animados además por el
deseo de ahorro en los gastos, como la aprobación de la “Ley de reforma de la
reforma agraria”, destinada a inutilizar la del bienio de izquierdas: reducción
drástica del presupuesto y del número de finas expropiables, establecimiento de
indemnizaciones altísimas.., con el resultado de paralizar, en la práctica,
cualquier reforma. También se suspendieron las garantías constitucionales, se
rebajó el sueldo de los maestros, el presupuesto de todos los ministerios,
y se suspendió el Estatuto catalán... En materia de orden público, se intensificó
la represión y el ministro de la Guerra, Gil Robles, colocó a Franco como Jefe
del Estado Mayor y a Fanjul, Goded o Mola en cargos clave, lo que provocó las
sospechas de la izquierda y del propio Presidente Alcalá-Zamora.
La crisis definitiva de este bienio se produjo cuando saltaron a la prensa una serie de
escándalos, al aceptar miembros del gobierno de Chapaprieta sobornos de una
empresa holandesa (caso del “Straperlo”). El último Jefe de Gobierno, Portela
Valladares, convocó nuevas elecciones.
IV. Las elecciones de 1936 y el triunfo del
frente Popular
El centro político prácticamente ya habrá desaparecido
en este momento, y se perfilaban dos grandes bloques electorales: las izquierdas y las derechas,
claramente enfrentadas.
La izquierda propició una gran
coalición con el objetivo de recuperar el poder para rescatar el reformismo del
primer bienio republicano. Para ello, Azaña
previamente había creado el partido Izquierda Republicana, y en enero, se
unieron al pacto Unión Republicana de Martínez Barrio, el PSOE, el PCE y el
POUM, además de la UGT. La CNT no participó, pero tampoco pidió la abstención,
lo que se interpreta como un apoyo indirecto. Tomó el nombre de Frente
Popular.
Menos sólida, se creó otra coalición en la derecha, entre la CEDA y el
Bloque Nacional (Calvo-Sotelo), pero en la práctica las fuerzas derechistas
acudieron desunidas.
Los resultados dieron 263 escaños al Frente Popular, que venció en las
ciudades, el sur y la periferia; y 210 a las diversas fuerzas de derecha,
triunfantes en el norte interior del
país. El centro quedó en 5 escaños. Azaña formó un gobierno sólo de
republicanos de izquierda, y puso en marcha de inmediato el programa del Frente
Popular, consistente: amnistía para los presos de octubre del 34;
restablecimiento del Estatuto Catalán y el Parlament; alejamiento de los
militares “sospechosos” de Madrid (Franco a Canarias, Goded a Baleares, Mola a
Pamplona), restablecimiento e intensificación de la Reforma Agraria,
asentándose a 110.000 familias campesinas. Sin embargo, el gobierno se vio
desbordado por la fuerza de los hechos, pues muchas de las fincas adjudicadas
en realidad habían sido ocupadas espontánea e ilegalmente por los campesinos, y
lo que se hizo fue darles cobertura legal. La resistencia de los terratenientes
creó enfrentamientos entre campesinos y Guardia Civil, que casi siempre apoyaba
a los patronos. También muchos presos fueron liberados porque grupos de
izquierda acudieron a las cárceles y simplemente los soltaron.
Uno de los errores más graves del Frente Popular fue sin duda la
destitución de Alcalá-Zamora, que había destacado a lo largo de toda la
República por su talante conciliador, por una maniobra entre Azaña e
Indalecio Prieto, que puso al primero como nuevo Presidente.
En la primavera, la derecha pasó abiertamente a la conspiración, la
provocación y el enfrentamiento. Calvo Sotelo comenzó a planear en serio un
golpe de estado, contactando con altos militares y otros grupos de derecha,
mientras ofrecía en las Cortes datos acerca de los actos violentos que se
producían en el país (exagerándolos, incluyendo delitos comunes, y no diciendo
que la mayoría de las víctimas eran de izquierda). La Falange, declarada ilegal
en marzo, era su principal colaboradora, provocando muchos de los actos
violentos para crear un ambiente que justificase el levantamiento militar. Gil
Robles actuaba de forma parecida, pero dentro de la derecha quedó oscurecido
por Calvo Sotelo.
Mientras, la izquierda obrera, en vez de apoyar la política del
gobierno, se dejó arrastrar a la radicalización, hablando muy alto de
revolución social y respondiendo a las provocaciones de la derecha.
LA GUERRA CIVIL (1936-1939)
La Guerra Civil española constituye sin duda
el acontecimiento más dramático de nuestra historia reciente. Puso trágico fin
al proceso de apertura y modernización que quería poner al país en situación
equiparable a la de las democracias occidentales. Supone también el capítulo
final del agravamiento de la lucha de clases, cuya agudización había empezado
en las crisis de 1917, y que se resolverá violentamente con el estallido de la
revolución social en la retaguardia del bando republicano. La victoria del
llamado “bando nacional” en 1939 echará por tierra el proceso democrático
abierto en 1931, y se resolverá con la implantación de una opresiva y oscura
dictadura personal que durará cuatro décadas.
V. La sublevación militar.
Entre febrero y
julio de 1936 se incrementó la tensión entre las fuerzas sociales y políticas
de derechas e izquierdas. Los conflictos laborales y huelgas se recrudecieron
tanto en la industria como en el campo y la violencia de carácter político era
un fenómeno creciente: los grupos de extrema derecha, especialmente la Falange,
se enfrentaban a militantes de izquierda. En los días anteriores al golpe de
estado, el ambiente político se crispó aún más con el asesinato a manos de
bandas falangistas del teniente de la Guardia de Asalto José Castillo,
destacado líder sindical. La reacción de un grupo de radicales compañeros suyos fue el
asesinato del sin duda líder de la extrema derecha: José Calvo Sotelo,
la referencia política de los conspiradores.
Este suceso no provocó el golpe de fuerza contra la República, planeado
meses antes por elementos de la derecha y militares, pero sirvió para decidir
al hasta entonces dubitativo Franco a sumarse a él.
El proyecto de
golpe estaba diseñado por algunos sectores del ejército tras el triunfo del
Frente Popular. El general Sanjurjo exiliado en Lisboa, actuaba como
cabeza visible del plan, y su verdadero
organizador, el “Director” de la conspiración fue el general Mola, en
ese momento destinado en Pamplona, zona de fuerte implantación del ultra
tradicionalismo de los requetés, que le aseguraba un amplio apoyo al golpe de
estado. En África, el jefe de la conspiración era el teniente coronel Yagüe,
que tenía mucha influencia en la Legión. En la metrópolis estaban
comprometidos, entre otros, los generales Queipo de Llano, en Sevilla, y
Goded, en Mallorca. El golpe contaba con la colaboración de Falange y de
otros sectores derechistas civiles.
La sublevación
militar empezó en Melilla el 17 de julio de 1936. El día 18, todo Marruecos
estaba en poder de los sublevados, tras pasar implacablemente por las armas a
todos aquellos militares que se opusieron.
El ejército de África, el más profesional y equipado de las fuerzas
armadas españolas, pasó a ser la pieza fundamental del golpe. El general
Franco, tras asegurarse del éxito en Canarias, llegó a Tetuán el 19 de julio
para ponerse al frente del ejército de África. El mismo día 19, Mola decretó el
estado de guerra en Pamplona y, con la ayuda de los requetés, controló Navarra.
Simultáneamente, otros los militares se sublevaron en muchas ciudades.
Los golpistas
triunfaron en la meseta norte, donde no encontraron mucha oposición; Zaragoza,
a pesar de la fuerte implantación anarquista; en Galicia, tras duros
enfrentamientos, y en Mallorca. En Sevilla, Queipo de Llano, con refuerzos
procedentes de Marruecos, controló con mano de hierro Andalucía occidental. Sin
embargo, el golpe fracasó en las ciudades más importantes de España (Barcelona,
Bilbao, Valencia) y también en el lugar decisivo: Madrid. El presidente del
gobierno Casares Quiroga, cuyas primeras dudas e inactividad concedieron
ventaja a los sublevados, fue sustituido por José Giral, que facilitó armas a
las organizaciones obreras y con la ayuda de militares leales a la República,
rodearon a los rebeldes en sus cuarteles. En Madrid, tras duros combates, se
rindió el Cuartel de la Montaña y el jefe de la conspiración, el general
Fanjul, fue detenido, mientras en Barcelona las milicias armadas, sobre todo de
la CNT, se unieron a los efectivos de Guardias de Asalto y Guardia Civil,
leales al gobierno de la Generalidad, para imponerse a los militares
sublevados.
Transcurridas
dos semanas, se clarificó el mapa de lo que iban a ser “las dos Españas”. Del
lado del gobierno legal quedaron las zonas mineras e industriales y todas las
ciudades grandes excepto Zaragoza y Sevilla, mientras que en la rebelde o
“nacional” la población e industria eran menores pero mayores los recursos
agrícolas. En cuanto a las fuerzas existentes, 2/3 de la aviación permaneció leal al Gobierno, así
como otros 2/3 de la armada, pero escasez de mandos profesionales, porque
muchos se sublevaron. El 70% de la Guardia de Asalto permaneció con la
República y la Guardia Civil se dividió al 50%, lo mismo que el ejército, si
bien con más cuadros profesionales en el bando sublevado, que además contaba
con las unidades de Marruecos.
VI. Etapas y desarrollo de la
guerra.
-La guerra de
columnas. Al principio de la guerra el objetivo fundamental de los sublevados
fue la toma de Madrid. El ejército opera ahora al modo colonial empleado en la
guerra de Marruecos: pequeñas columnas avanzan a pie o mediante camiones, por carretera;
cuando encuentran resistencia, atacan al asalto. La operación fue facilitada
por el desorden republicano, carente de un verdadero ejército regular,
sustituido por milicias populares indisciplinadas e ineficaces ante el enemigo
organizado, como la del líder anarquista Buenaventura Durruti.
No obstante, el bando rebelde ha de vencer
varias dificultades: una, la escasez de recursos de Mola en el Norte, que hizo
recaer el avance hacia Madrid sobre el Ejército del Sur; otra, el inconveniente
de que el grueso de este ejército se encontrara en África y hubiera necesidad
de transportarlo a Andalucía. Sólo la ayuda italiana con aviones y el apoyo de
la flota alemana hicieron posible la operación del paso del Estrecho. Por
Extremadura, los legionarios y “regulares” (tropas indígenas marroquíes)
mandados por Yagüe, marcharon velozmente sobre Madrid, tomando Badajoz; pero el
desvío desde Talavera a Toledo para liberar el Alcázar, que se convertirá en
símbolo y mito de la propaganda franquista, permitirá a los generales
republicanos José Miaja y Vicente Rojo reorganizarse y detener a las columnas
del general Varela a las puertas de Madrid. El frente se estabiliza en la
Ciudad Universitaria, y aparecen los míticos lemas de “¡No pasarán!” o “Madrid
será la tumba del fascismo”. Mientras tanto, y para mayor seguridad, el
gobierno se trasladó a Valencia.
-La guerra
'total' y la modernización de la estrategia: las grandes operaciones militares.
La
contienda crece en envergadura por la ayuda exterior a ambos bandos y, de los
movimientos de pequeñas columnas, se pasa a las grandes ofensivas y
contraofensivas. Adquiere ahora la guerra, desde el punto de vista militar, un
carácter moderno que anuncia lo que será la Segunda Guerra Mundial. La aviación
comienza a ser el arma fundamental por su capacidad de observación y ofensiva;
la caballería es sustituida por los carros de combate; se llega al concepto de
«guerra total» al ser bombardeadas las ciudades, con el consiguiente
sufrimiento de la población civil y se intensifica la guerra psicológica
utilizando la radio (charlas radiofónicas de Queipo de Llano), los periódicos y
la llamada «literatura de trinchera»
En la ofensiva
de Franco sobre Madrid (nov. de 1936 -marzo de 1937) se dieron las grandes
batallas del Jarama, con combates aéreos, y de Guadalajara, en la
que las fuerzas italianas (unidades regulares del ejército y milicias
fascistas), enviadas por Mussolini, sufrieron un grave descalabro a manos del
renovado y reorganizado Ejército Popular cuando intentaron, mediante una gran
operación blindada, avanzar sobre Madrid. Después de esto, según aconsejaba la
geoestrategia, Franco abandona la idea de tomar Madrid y determina, para
ganar la guerra concentrar los efectivos militares en el Norte hacerse con sus
recursos energéticos carbón e industriales (siderurgia y fábricas de armas).
La campaña del
Norte comienza con la toma de Bilbao y termina con la caída de Asturias
(octubre de 1937). En ella la superioridad material de los sublevados se
impone, y los intentos republicanos de aliviar esa presión mediante las
ofensivas veraniegas de Brunete y Belchite, no consiguen nada. Tomado el norte,
se proyecta la marcha hacía el Mediterráneo, con el fin de partir
a la zona republicana en dos y aislar Cataluña. Así, después de recuperar
Teruel (tomada en enero de 1938 por la República), las columnas de Franco
llegan al mar por Vinaroz (Castellón)
Para
contrarrestar la ofensiva franquista e impedir su avance hacia Cataluña por la
costa, la República inicia la Batalla del Ebro, donde destacó el
general Enrique Líster. En una gran ofensiva, el ejército republicano atraviesa
el río y establece una cabeza de puente en Mequinenza para embolsar al ejército
enemigo; pero éste reacciona y, con su ya evidente superioridad táctica y material,
consigue vencer a los republicanos en una dura batalla de desgaste. La
República se encuentra agotada. El camino de Cataluña quedaba abierto y en
enero de 1939 cae Barcelona.
El final de la guerra. La España republicana
quedaba reducida a Madrid capital, parte
de la meseta sur y zona costera levantina hasta Almería. Ante este hecho en
Madrid se formó una Junta de Defensa, presidida por el coronel Casado, con el
fin de gestionar una rendición honrosa,
aunque Franco sólo admitió una rendici6n incondicional. Las tropas de
Franco entraron en Madrid el 28 de marzo y en los días siguientes caerían
Levante y Almería. El 1 de abril de 1939, Franco anunciaba en el último parte
de la contienda, que «la guerra había terminado».
Costes de la
guerra. Es difícil evaluar con objetividad la cifra de víctimas mortales de la
contienda pero el recuento varía desde 300.000 hasta 1.000.000, incluidos las causadas por hambre o enfermedad debido
a la escasez y la miseria de la larga guerra.
-Muertos y desaparecidos en combate:
unos 150.000. Hubo unos 400.000 heridos.
-Muertes por
represión en la retaguardia: (líderes
políticos o sindicales, simpatizantes de una u otra causa, personas de dudosa
fidelidad, obreros y campesinos marcados por su militancia, patronos y
terratenientes acusados de abusos u odiados por su riqueza). Los ejemplos se
multiplicaron: desde fusilamientos en la plaza de toros de Badajoz de cuatro
mil personas detenidas tras su conquista por las tropas franquistas de Yagüe, a
la ejecución de 2.000 prisioneros políticos, sacados de las cárceles Madrid por
los anarquistas y fusilados en Paracuellos del Jarama. Cifras recientes se
sitúan en unas 90.000 en zona nacional y 50.000 en zona republicana. Las
víctimas en zona republicana fueron causadas por la acción de milicias o comités descontrolados por
el Gobierno, quien no fue capaz de protegerlas, y fueron el resultado de la
explosión espontánea de odios de clase, de la miseria y la incultura. Mientras en el bando nacional se practicó
una represión premeditada y sistemática,
porque las autoridades militares propiciaban y conocían perfectamente los
hechos. Murieron 6.817 religiosos en la zona republicana y 15 sacerdotes vascos
en zona franquista por apoyar el separatismo. La gente moría por simples
envidias o rencillas; otros por motivos más o menos ideológicos (ir o no a
misa, asistir a los mítines del rival), es decir, por la falta de respeto hacia
la libertad de los demás. Eran muertes sin juicio: eran los famosos “paseos”
que realizaban milicianos del bando republicano o falangistas del sublevado.
Los cuatro primeros meses de la guerra fueron los peores. También hay que tener
en cuenta a los republicanos ejecutados
tras la guerra o muertos en las cárceles, considerados, tras
juicios sin las más mínimas garantías, que tenían “delitos de sangre”. Fueron entre
treinta y cincuenta mil. No se sabe con exactitud porque decenas de miles de
las víctimas yacen en fosas comunes, sin identificar y sin ser enterradas
debidamente.
-Exiliados durante v después de la guerra:
500.000. Entre ellos muchos científicos, ingenieros, catedráticos, escritores
y artistas. España quedó como un triste desierto intelectual. Sus consecuencias
fueron graves, por cuanto retrasó durante varias décadas el desarrollo de
España.
Además de todo esto, las infraestructuras quedaron muy dañadas:
una parte de la marina mercante se perdió; carreteras, vías férreas,
estaciones, puentes, locomotoras se vieron muy afectadas. Al enorme
endeudamiento causado por la guerra, hay que añadir la venta del oro del Banco
de España (500 Tm.). La caída de producción fue enorme: la agrícola se redujo
en más de un 20 %, la industrial en más de un 30 %, y los niveles de producción
no se recuperarán hasta bien avanzada la década de los 50. La consecuencia fue
el hundimiento de la renta nacional y la renta per cápita. La realidad inmediata para la gran mayoría de
españoles en la larga posguerra fue la miseria y el hambre.
Moralmente,
la
guerra dejó marcadas a varias generaciones de españoles por el trauma del
sufrimiento durante el conflicto, pero también por la represión posterior y la
atmósfera de la España posbélica: un clima de represión, de persecución y de
imposición de la escala de valores de los vencedores, que prolongó durante
muchos años el odio y el enfrentamiento. Por último, es fácil evaluar el
impacto político: España tardaría casi 40 años en articular un régimen político
donde la convivencia se organizara en libertad y donde los ciudadanos pudieran
ejercer derechos elementales bajo el amparo y la protección de un marco
constitucional.
VII. La internacionalización del conflicto
La
guerra
civil española fue también un acontecimiento de repercusión mundial en torno al
cual, y al apoyo de cada uno de los bandos, se polarizó la actitud de las potencias.
En un contexto de consolidación de las
dictaduras fascistas en Alemania e Italia, así como del régimen estalinista en
la URSS, la guerra se convirtió en un pulso internacional entre dos grandes
modelos: el autoritario (asimilado al fascismo) y el democrático
(“antifascista”).
La ayuda al
bando sublevado. El papel de las potencias fascistas. Italia ayudó a Franco por
afinidades ideológicas y apetencias estratégicas: deseaba establecer bases en
las Baleares. Su ayuda fue muy abundante: 760 aviones, 150 tanques, 1000
cañones y unos 70.000 voluntarios (el CTV), entre unidades regulares y milicias
fascistas.
La ayuda de Alemania
tal vez se debiera más a causas estratégicas que ideológicas: la España
republicana era una aliada natural de Francia y un triunfo de los militares
sublevados podría cambiar esta orientación. Hitler quería probar sus nuevas
armas, y ayudó de manera decisiva, al enviar la Legión Cóndor, con 650 aviones
y unos 6.000 hombres; también llegaron instructores para adiestrar a las tropas
franquistas y 110 tanques y 740 cañones. Como contrapartida, los alemanes
crearon compañías industriales cuya misión fundamental fue entrar en el capital
de sociedades mineras españolas.
Además, Franco
contó con la ayuda de voluntarios portugueses e irlandeses y de unos 70.000
combatientes marroquíes (“moros”), muy temidos por el adversario. El gobierno
dictatorial portugués de Salazar cedió, además, su territorio para realizar
diversas operaciones militares e introducir armamento en España.
La ayuda al
gobierno republicano. A Gran Bretaña,
recelosa de todo cuanto pudiera incidir en su dominio sobre Gibraltar y el
Estrecho, le inquietaba el matiz revolucionario del Frente Popular español y,
sobre todo, temía que la ayuda que prestaran las distintas potencias europeas a
los dos bandos desembocara en una guerra mundial. Por ello propuso, en
septiembre de 1936, la creación de un Comité de No Intervención, que estaría
integrado por Gran Bretaña, Francia, Alemania, URSS y otros países. La
actuación del Comité resultó una farsa, porque tanto Alemania como Italia
continuaron prestando, cínicamente, ayuda a Franco, y la URSS, a la República.
Los mayores
inconvenientes de la ayuda recibida por los republicanos eran su dependencia
del gobierno existente en Francia (si
éste era más izquierdista colaboraba más con la República) . Por esta razón, la
ayuda francesa a la República española fue intermitente y escasa (300 aviones
muy anticuados). En consecuencia, se debió recurrir a otras fuentes de
aprovisionamiento, fundamentalmente material de guerra soviético.
La URSS envió material
(1000 aviones, 350 tanques, 1600 cañones), pero apenas hombres, y exigieron una
contrapartida económica inmediata. El gobierno de Largo Caballero hubo de
autorizar el traslado a Rusia de una parte del oro depositado en el Banco de
España y las compras de material se hicieron contra ese depósito.
El gobierno de
la República tuvo el apoyo de las Brigadas Internacionales,
organizadas por Rusia y, aunque no todos
sus componentes eran comunistas, estaban unidas por un común sentimiento
antifascista. Lucharon unos 40.000 hombres, aunque no simultáneamente. En su
mayoría eran franceses, alemanes, austriacos, italianos, estadounidenses y
británicos.
En cuanto a
otros países, en Estados Unidos, el
presidente Roosevelt, estaba a favor de la República, pero se hallaba vigente
una ley de neutralidad que impedía, en teoría, vender armas a países en guerra.
Esto no impidió que algunas empresas petroleras americanas (Texas Company)
surtieran a Franco de la mayor parte del petróleo que necesitó. Méjico apoyo claramente a la república
y al final de la guerra acogería a miles de exiliados.
En general la
ayuda obtenida por el bando nacional fue superior, tanto en número como en
calidad, y llegó regularmente. Esto fue decisivo para la victoria final.
VIII. La evolución política de las dos zonas
Zona republicana. Las mayores
divergencias entre los miembros del Frente Popular fueron precisamente los
relativos a la revolución y a la constituci6n del ejército. Las posturas
extremas fueron las representadas por el Partido Comunista y por los
anarquistas; los republicanos fueron más proclives a aceptar los planteamientos
comunistas y los socialistas estaban profundamente divididos y su actitud fue
dubitativa y oscilante.
Los comunistas defendieron una postura
opuesta a la que habrán mantenido hasta entonces, ya que ahora insistían en
conceder toda la importancia a la
necesidad de ganar la guerra, dejando la revolución para después. De
esta forma, el Partido Comunista logró, por una parte, la adhesión de pequeños
propietarios temerosos de la revolución y, por otra, la de aquellos militares que estaban indignados con la
ineficacia de las milicias populares.
En cambio, los anarquistas y el POUM pensaban que la sublevación había
creado las condiciones objetivas para el estallido de la revolución. Guerra y
revolución tenían que ser dos procesos paralelos: no se podrá ganar la guerra
sin hacer la revolución.
En septiembre
de 1936, cuando la situación militar era muy difícil, Manuel Azaña, nombró jefe
de gobierno al socialista Largo Caballero, que fue recibido con «tolerancia y comprensión» por los
anarquistas, quienes, sorpresivamente, entrarían a formar parte del gabinete.
Lo que dificultó la
gestión de este gobierno fueron los continuos roces de los anarquistas con
todos los demás grupos políticos que propiciaban
la unificaci6n de esfuerzos en pro del triunfo militar. En mayo de 1937 se
produjo un conflicto en Barcelona, entre la Generalitat, apoyada por el PSUC,
que era comunista, contra los anarquistas de CNT-FAI y el trotskista POUM, que
degeneró en una lucha confusa con 500 muertos. Estos sucesos provocaron la
caída de Largo Caballero y la eliminación definitiva, como unidades militares,
de las milicias, consolidándose un ejército convencional con base en la
disciplina. El sucesor de Largo Caballero fue el catedrático de medicina Juan
Negrín, que insistió en la prioridad del esfuerzo militar, el orden, la
autoridad del gobierno y la centralización de las decisiones. Los anarquistas
lo calificaron de «contrarrevolucionario». Otra acusación contra él fue la de
que estaba dominado por los comunistas: hay que recordar que al final de la guerra
éstos controlaban la mayor parte de las jefaturas de los ejércitos de tierra,
mar y aire, así como las direcciones generales de Seguridad y Carabineros.
Zona “nacional”. También en el
bando franquista existieron corrientes opuestas, pero en él se consiguió la
unidad de forma efectiva. Aquí, el sentimiento cató1ico y anti revolucionario
constituyó el factor decisivo de aglutinamiento de los distintos partidos y
opiniones, mientras que el ejército desempeñó un papel hegemónico también en el
terreno político. La Iglesia bendijo la sublevación militar casi desde el
principio, bautizándola como “Cruzada de Liberación Nacional contra el ateísmo
rojo”, y a Franco como “Caudillo de España por la Gracia de Dios”. A partir de
ese momento, fue cómplice y colaboradora en todo momento.
Esos factores
hicieron posible que los sublevados lograran la unidad sin
excesivos inconvenientes aunque al principio no fuera fácil. Una jefatura
única hubiera podido ser la del general
Sanjurjo, pero éste murió en accidente de aviación en Portugal el mismo 18 de
julio. A finales de este mes se estableció una Junta Militar presidida por el
general Cabanellas que pronto se reveló insuficiente como órgano político e
incluso militar. Generales monárquicos y africanistas insistieron en la
necesidad de lograr una mayor unidad a través de una jefatura única, que
debería sería del general Franco.
Finalmente, se proclamó a éste «jefe del gobierno del Estado», fórmula
imprecisa que éste transformó en una verdadera Jefatura del Estado. Además, la
guerra civil le convertiría en «caudillo» es decir, líder indiscutido, que
reunía todos los poderes: Jefe del Estado, Presidente del Gobierno, Jefe
Nacional del Movimiento y Generalísimo de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire.
Sin embargo,
subsistían problemas de carácter político. La situación era propicia a los
partidos de extrema derecha: monárquicos alfonsinos, carlistas y falangistas y
en la primavera de 1937 hubo en este bando, como en el adversario, graves
disidencias internas que concluyeron en el mes de abril de dicho año con el Decreto de Unificación en un partido
único que reuniría a todos aquellos sectores políticos que apoyaban el golpe,
especialmente a los dos más importantes: carlistas y falangistas. Los
falangistas, que tenían una fuerza muy reducida en el año 1936, vieron aumentar
sus efectivos en forma de una verdadera avalancha de adhesiones. Procedentes
fundamentalmente de la CEDA, que había
desaparecido prácticamente. Los carlistas se encontraban divididos.
Aparte de
propiciar una política reaccionaria en materias educativas y religiosas, el
régimen distó mucho de configurarse de una manera clara en esta primera etapa
de su existencia. El único texto constitucional aprobado fue el Fuero del
Trabajo que no pasaba de ser una declaración de principios de carácter social.
Cuando, a comienzos del año 1938, se produjo la formación de un gobierno, su
composición heterogéneo demostró la pluralidad de componentes que existían en
el bando sublevado.
Ya hay un
español que quiere
vivir
y a vivir empieza,
entre
una España que muere
y
otra España que bosteza.
Españolito
que vienes
al mundo, te guarde Dios.
Una
de las dos Españas
ha
de helarte el corazón.
Antonio Machado, Proverbios y cantares, LIII
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